martes, 2 de junio de 2009

Asfalto

No es imprescindible fijarse en la historia. Celebro volver a escribir un poco.
Un saludo!

Sintió crujir el cambio de marchas. Aquel trasto tenía unos tres años, pero no aparentaba menos de la docena. Cuando compró el Lada Samara en los años 40 todo el mundo hizo sus predicciones al respecto; dos años los más optimistas, dos semanas los más sensatos. Algunos sensatos incluso, no dudaron en tacharle de comunista. Todavía seguía funcionando. "Ja!" Pensó con resignación. La venganza del tener razón es, como toda venganza, un plato frío. Tener razón cuando no sirve de nada se parece más a comer de bocadillo.

Cuando era pequeño y aún no tenía el carnet, siempre se había preguntado en qué pensarían los conductores cuando nadie les acompañaba. Jugaba incluso a imaginarlo. A pesar de todo, en edad adulta y siendo como era un conductor veterano, ya no se lo planteaba. De hecho, había olvidado hacía tiempo todo esto. "¿Será por eso que los coches tienen radio?" se preguntaba. Posiblemente estaba en lo cierto, puesto que ahora recorría los botones de su casset a la velocidad del rayo. Rebuscó en la guantera en busca de alguna cinta abandonada, pero en vista de los resultados, aporreó los botones de nuevo esperando escuchar en alguna emisora algo de su agrado. Miró hacia la carretera, prudente, y dejó de buscar. Bob Dylan.

- Uoh, uoh! It ain't me, babe..."- Canturreó.

Cuando llegase a casa se encerraría un mes entero a tocar la guitarra.

El monótono rugir del motor indicaba una recta interminable, así que consideró sus posibilidades de distracción. Estaba demasiado cansado como para reorganizar su cabeza o pensar, así que lo descartó al momento. Por otra parte, la necesidad razonable de mantener la vista en la carretera era una barrera impenetrable de aburrimiento que limitaba enormemente sus posibilidades de ocio al volante. Optó por lo seguro y se puso a tamborilear sobre el salpicadero. También era un percusionista estupendo.

Hurricane, todo un reto. Se dispuso a otros ocho minutos de percusión cuando una figura en la carretera retuvo su atención. Una mochila, unas gafas de sol. Una chica muy bonita. Caminaba por la cuneta a paso rápido, indicando por señas su condición de auto-estopista. Al ser esta una respuesta a su aburrimiento más efectiva que tañir los dedos sobre el salpicadero, decidió parar.

- Hola jovencita. ¿A donde vas?-.
- A Thedford-.
- Yo pararé en Mullen, pero si quieres probar suerte más adelante, yo te llevo-.

No llegó a dudarlo, pero dedicó un momento a pensar porqué siempre tenía tan mala suerte

- Muchas gracias, abuelo-.

Subió al coche y dejó con cuidado su mochila en el asiento de atrás. Realmente, no solía recoger autoestopistas. En los ascensores uno sabía a que atenerse, son quince segundos en los que se habla del tiempo y ya está. Los viajes en coche, en cambio, son más complejos. Primero, porque el viaje es más largo y si la cosa no se anima los silencios serán interminables, y segundo, porque el personaje que uno acoje en su cuatro ruedas es un absoluto desconocido.

- ¿Sabe cuanto tardaremos en llegar a Mullen?-.
- Unos veinte minutos, no más. Siento no poder llevarte hasta Thedford, aún te quedará un buen trecho por recorrer cuando lleguemos-.
- No, no se preocupe, le agradezco mucho que me recogiese. Llevaba ya dos horas y media al sol... Me hubiera subido aunque fuese a dar media vuelta-.

"¿Dos horas y media al sol?" Pensó. Qué curioso. Hacía un día espléndido para darse un baño o para tomarse una cerveza en la terraza, pero coger carretera con mochila incluída a la espalda bajo este sol era algo descabellado.

- Deberías planificar mejor tus excursiones - dijo seguro de decir algo más que evidente - En días así yo prefiero irme de pesca, o quedarme en casa.
- Desde luego- respondió pensativa.

Se removió incómodo en el asiento. Aquella niña le recordaba a alguien. No debía tener más de 15 años... La observó un momento de reojo procurando no olvidar la carretera. Sujetaba un paquete contra su pecho mientras perdía su mirada en un horizonte más lejano que el ofrecido por los retrovisores. Parecía un poco avergonzada. Tras estar un buen rato absorto en su examen, se percató de que llevaban un buen rato en silencio. Tal vez estaba nerviosa por eso. Pensó rapidamente en algún tema con el que romper el hielo.

- ¿Le gusta Bob Dylan, señor?- se anticipó la niña.
- No me llames señor, me llamo Jack J. Tippit-. Tal vez había sonado ofendido. -¿Cómo te llamas?-.
- Me llamo Carol-.
- ¿Carol? Es un bonito nombre. Mi nieta se llama Carol-.

Nuevo silencio. ¿Había dicho antes algo?.

- Y... Bueno, ¿le gusta o no Bob Dylan?-.
- Me gusta Bob Dylan. Tengo un par de discos suyos por casa-.
- ¡Jo!-.
- ¿Te sorprende?- preguntó.
- Bueno... sssi, buenono -de nuevo pareció nerviosa- bueno, no es que haya querido decir... Vamos, me ha sorprendido un poco, no es usted un joven, ya sabe-.
- ¡Oh! No te preocupes - sonrió al asfalto- te entiendo, no es algo típico de un abuelo.
- Bueno, no... Supongo que no-.

- Y dime, ¿que hacías por esta carretera a pie?-.
- Voy a Thedford a ver a mis padres. Ellos viven allí todo el año, yo paso en el instituto la mayor parte del tiempo. Es un instituto para chicas, ¿sabe?. Nos dejan ver a nuestros padres una vez al mes-.
- Comprendo. ¿Y no hay bus que te lleve hasta Thedford?-.
-No, no hay bus hasta Thedford. Papá me viene a buscar en coche y a la vuelta recogemos a mamá en Withman. Trabaja en una tienda de licores, ¿sabe? Vivimos en una casita roja en Thedford con mi abuela. El coche se ha estropeado, asi que mi padre no ha podido venir a recogerme y he tenido que ir andando. Yo le he dicho muchas veces que porqué no compramos un coche, pero el no quiere comprarse otro. El coche de papá debe tener cien años, asi que no ha podido venir-.

Caramba. Bien mirada, aquella niña no llegaba a los doce. No es que fuese necesario ni la brújula ni el mapa, pero el camino de Hyannis a Thedford era bastante complicado, y más para una niña de sus años.

- De todas formas, ¿no ha podido venir en otro coche?-.
- No, papá solo tiene uno-.
- ¿Y tu abuela?-.
- No, mi abuela no sabe conducir, aunque le gusta mucho dar paseos con papá en el coche-.

Nuevo silencio. Al echar la vista atrás, descubrió una bola de bolos sobre el asiento trasero.

- ¿Le gustan los bolos, señor?-.
- Si, aunque a estas alturas ya juego muy poco - respondió distraído.
- En la azotea hay una bola de bolos enorme. Es roja-.
- Ajá...-.
- Cuando era pequeña jugaba con ella, pero nunca fuí a jugar a los bolos. Es una bola roja muy bonita, con las letras P.J. pintadas en negro-.

Hizo un esfuerzo por concentrar su atención en la chica.

- Ajá... ¿Y que significa?-.
- Philip Jay-.
-¿Quien es Piliph?
- ¡Mi papá!- respondió sorprendida por la pregunta.

Silencio.

-¿Y a que se dedica tu papá?- preguntó.
- Hace coches-.

Vaya, pensó. Hablaron muy poco más durante el trayecto. Entró en Muller, frenando poco a poco como indicaban las señales. El anciano, más longevo a la luz de la muchacha, recorrió con un nudo en la garganta los últimos metros.

Néstor UA

lunes, 1 de junio de 2009

01/06/09

- ¿Cómo estás?-.
- ... -.
- Lo sé, lo sé. ¿No quieres saber como estoy yo?-.
- Lejos de casa, así estás-.

- Hace mucho tiempo-.
- ¿Aún te acuerdas?-.
- Recordar es un bonito ejercicio-.
- Constantemente, ¿eh?-.


"Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste acá?"

- ¿En qué piensas, Una Oreja?-.
- Poemas-.
- ¿Poemas?-.
- ¿Nunca dejas de preguntar?-.
- Constantemente. Como tú-.